La destrucción mítica de Buenos Aires
¿Fue por ese río de cemento y bullicio, que las piquetas vinieron a hundirme patria? Imposible parodiar a Jorge Luis Borges contando la fundación de esta, que alguna vez fue la “Reina del Plata”. Ese río ya no es ese río “de corriente zaina”, sino cada vez más parda y putrefacta, aunque todavía puede verse la estrella marcada donde desayunó Carlos Gardel y los pobres, de toda pobreza, ayunan a diario.
Andamos a contramano con Borges, que adoró esta ciudad a su manera. Aquí siguen arribando miles de hombres, miles. Por calles y avenidas, no ya con la brújula enloquecida sino sin saber qué hacer con esta ciudad, que alguna vez fue un barrial fértil para el contrabando colonial y luego fue creciendo criolla y europea, hasta adquirir ínfulas de babel sin poder ocultar su desnudez autóctona.
No llegaron para hacerla eterna como lo pretendía el autor de El Aleph en su visión mítica de cómo fue el comienzo. Parecen llegar para asistir a su destrucción. Una destrucción mítica que se da día a día, minuto a minuto, sin poder arriesgar ya un pronóstico de eternidad, pero esperando aún que esa destrucción en la que se empeñan arquitectos, ingenieros y autoridades sea sólo un espejismo.
Algunos rasgos de este presente, había registrado la ciudad ya por los años 50. Cuando muchas de las más antiguas construcciones le dieron lugar a modernos edificios, sin contemplar mucho las cuestiones de estilo ni el planeamiento urbano. Desde entonces el accionar del capital y las nuevas tendencias en la arquitectura avanzaron sobre la ciudad con más “charme” de Sudamérica, sin piedad alguna.
El puerto dejó de ser puerto, en buena parte de su extensión, y de los habitantes de la ciudad. La estación portuaria, tiene prohibido el acceso a los particulares desde que en los 90 fue privatizada. Puerto Madero, esos docks convertidos en lujosos restaurantes y apartamentos y luego desarrollados como grandes torres de departamentos, siempre abiertas a las sospechas de que en esos emprendimientos se lavaron y lavan mucho más que objetos.
Pero fue desde la última década del siglo XX cuando esta ciudad de dependientes de kioscos con ínfulas de CEO de Multinacional y sus autoridades desactualizaron a Borges. La esquina de Corrientes y Esmeralda, esa en la que “cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel”, se convertía en una playa de estacionamiento, los míticos bares de Buenos Aires, como El Ramos, La Paz y el Suárez se transformaban en “Pizza-café” cuando no desaparecían en medio de tanta dejadez y olvido, como “El Molino” o más recientemente “La Richmond de Florida”. Cualquiera de ellos fueron y siguen siendo puntos de referencia en la literatura argentina.
Eso en lo que al patrimonio de la ciudad se refiere Una ciudad que demoró más de 35 años en volver a tener una nueva estación de metro, cuyas calles y avenidas, al igual que las autopistas, están colapsadas por el crecimiento del parque automotor que la transforman en la ciudad de los “malos aires” y malos humores porque su sistema de transporte no deja de empeorar ni un solo día. Buses y trenes que a menudo protagonizan sangrientos accidentes. En todos los casos, siempre hay alguien que no respeta las reglas o las señales de tránsito, efecto directo de las pautas culturas que manejamos, en tanto, porteños y argentinos. Imposible que el grueso de la población respete las normas de tránsito cuando es norma social el no pedir permiso y haber abolido del vocabulario la expresión “Por favor”.
Caos de tránsito, decenas de miles de personas viviendo en la calle, literalmente, a merced de las bajas temperaturas en invierno, parecen una postal de estos tiempos de record en la construcción de edificios. Si se lo compara con el crecimiento abismal de nuevos torres de departamentos en una ciudad cuya red cloacal, en los barrios de más construcciones como Caballito, data de 1910, el tránsito a la destrucción mítica parece estar asegurado.
De la misma manera que el crecimiento de delitos con sangre creció en la ciudad un 1.3 por ciento en el último año y a pocos parece importarle, crecen las construcciones. Ya no quedan gasolineras ni terrenos libres. Se derrumban casas con más de 100 años para levantar torres. Cada vez son más los casos de edificios que comienzan a construirse y que provocan daños en construcciones linderas, derrumbes, como el de la calle Bartolomé Mitre al 1200 o el que tuvo a punto de caer en Juan de Garay y Paseo Colón, en San Telmo, o el gimnasio derrumbado en Villa Urquiza, o las rajaduras denunciadas por vecinos. Nadie busca investigar qué pasa en la Facultad de Arquitectura y de Ingeniería para ver qué profesionales se gradúan allí en el marco de la decadencia intelectual que afecta al país desde hace décadas y cuáles son los controles que se realizan desde el gobierno de la ciudad y desde la autoridad de aplicación.
La avenida Libertador, lo más parecido que queda hoy a ese “Río de sueñera y de barro” que imaginó Borges. Por segunda vez en menos de un mes, un caño maestro de agua quedó averiado por una piqueta provocando un caos, inundación y atascamiento de tránsito por unos días. Caños de gas rotos por alguna moto sierra que nunca falta y cada vez se repiten con mayor asiduidad los problemas energéticos. Otro dato del presente porteño con los calores que se avecinan.
En medio del descontrol, con el afán de lucro disparado por las empresas constructoras y el hambre recaudatorio del gobierno de la ciudad, sólo queda esperar la conclusión de la tarea. Siempre con el ahínco y devoción que los argentinos solemos dedicarle a combatir la belleza y la grandeza de este país. Un país que cada vez parece habernos quedado más grande, la destrucción de esta bendita capital.
Una suerte del apocalipsis de esta capital del Ego. Esa marca a fuego de nuestra personalidad de porteños que nos caracteriza en todas las latitudes. Tal vez sea eso lo que explique la curiosidad de ese millón de turistas que como un aluvión va llegando cada año a lo largo de la última década a esta, la metrópoli con mayor cantidad de estadios de fútbol por habitante, para ver cómo hacemos para conseguirlo. A ellos, como pasó con Borges en cuestiones fundacionales, se les hace cuento como terminará Buenos Aires. Nosotros en tanto, la juzgamos tan efímera como la próxima inundación provocada o el enrarecimiento de esos aires que de Buenos sólo le vamos dejando el nombre.