CENIZAS ARGENTINAS
Podrían ser las de un volcán esas cenizas que se niegan a desaparecer de las calles pobladas de bronca y de sangre de hace 10 años. Mucho más si se escuchan atentamente algunos discursos de los últimos tiempos.
No son las calles del Chaitén en Chile ni Villa La Angostura en la Argentina, las ciudades casi desaparecidas por los efectos de sendos volcanes. Son las de Buenos Aires 10 años después del estallido social que marcó a fuego a los argentinos.
La calle Bolívar desde San Telmo a la Plaza de Mayo sigue poblada de la basura y los desechos que dejan a su paso los cartoneros. Esos que nacieron con la furia del hambre poco más de 10 años, cuando los ríos de lava de la erupción social lo cubrieron todo hasta cimbrar a la Argentina.
Al llegar a la Diagonal Sur, allí desde donde un pelotón de la Policía Federal, le disparaba a todo lo que pasaba la tarde del 19. Incluido el entonces al Contralor y luego Canciller, Rafael Bielsa y a las Madres de Plaza de Mayo, y a cuanto periodista se identificara. Allí las manifestaciones no cesan, a pesar de los nuevos viejos vientos y tampoco el Cabildo y la gran estatua del primer genocida, el general Julio A. Roca, sigue tan ensuciada de pintura roja como entonces. Las sucursales de los bancos ya no están blindadas como aquellos días en que negaban depósitos, aunque no dejaron desde entonces de generar desconfianza. A escasos metros de allí habían caído varios de los 37 muertos de aquellas dos jornadas sangrientas. La Avenida de Mayo e Hipólito Irigoyen, se cargaron de gente durante toda la noche en procesiones incesantes desde y hacia el Congreso y la Plaza de Mayo. La multitud, que ya hacía horas que soportaba más de 40 grados de temperatura y hacía sonar las cacerolas, en señal de protesta, pedía una y otra vez “que se vayan todos”.
El primero en renunciar había sido Domingo Cavallo, el ministro de Economía que había llegado para dominar a su Frankestein económico. Acababa de fracasar. Aquella noche no durmió nadie. A las primeras horas de la mañana en la puerta de Mercado de San Telmo, como en los saqueos en San Miguel y La Matanza, en el gran Buenos Aires, ya podía uno hacerse la idea de cómo iba a terminar el día. Un policía que salía de la delegación a pocos metros de allí, era insultado por los otrora apacibles vecinos. “Traidor hijo de Puta, le pagamos nosotros y le pegan a la gente indefensa”. Algunos tuvieron que interceder para que no lo linchen. Los agresores enfilaron, pues, con su bronca para la Plaza de Mayo. Dos horas después, bombas de gas, balas de goma y bala de verdad. Los heridos iban cayendo en la 9 de Julio y la intersección de Avenida de Mayo, mientras desde un auto se parapetaba el matador, sin que los periodistas pudiésemos hacer mucho más que contarlo. A varios de ellos, la vida se les fue en el último grito ahogado en medio de una multitud. El país había tocado fondo. El presidente, Fernando De la Rúa, proponía un gobierno de coalición, pero las balas no permitían escucharlo. El corralito que había comenzado el día 2 de diciembre terminaba ensangrentado.
La sucesión de presidentes en dos semanas mostraban cierta anarquía y el tenor de la crisis. Después la costumbre, la economía del trueque por unos meses y la confiscación definitiva de depósitos, vino acompañada de cierta restitución de autoridad por parte del caudillo Eduardo Duhalde, Lo demás es historia casi conocida. La historia que fundaron los Kirchner en el 2003, cuando ya la recuperación económica era un hecho. Lo que nunca se pudo recuperar son esas calles ensangrentadas de sufrir tanto, ni la dinámica social, ni la cultura del trabajo. Todo parece haberse perdido en esos años del neoliberalismo más feroz que derivó en esas dos jornadas del 19 y el 20 de diciembre.
Para muchos, aquellas imágenes son el pasado reciente. Para otros, la crisis, aquella crisis, no terminó. Quedó suspendida a base de subsidios y ciertas alquimias políticas y de esconder los problemas estructurales de bajo de la alfombra de los discursos. Esa es la visión de aquellos que cuando siguen recorriendo estas calles, como la Avenida de Mayo, aún distinguen las cenizas que dejaron aquellos fuegos de aquellas 48 horas interminables en que ardió la Argentina.