Así no hay tiroides que alcance
En las cuestiones de Estado la primera tiroides del país también puede prestar servicios militantes. Dejarse extirpar en pos de los intereses nacionales y populares es propio de estos tiempos. Si bien todos debemos celebrar que lo de la presidenta Cristina Kirchner fuera un falso positivo médico –y no un falso positivo de los de Alvaro Uribe-, la operación y todo lo que la rodeo, las carpas más propias del folclore peronista que de una vigilia por la salud de los enfermos, sirvió para que la sociedad, los sectores más postergados y buena parte de esa clase media que no logra salir de vacaciones estivales, digiriera mejor -casi como una anestesia mediática-, lo más duro del ajuste. Aumento de más del 100 por ciento en las tarifas de energía, gas y agua, más del 150 por ciento de incremento en el abono del metro, los gobernadores expulsando miles de empleados de sus respectivas burocracias y las primeras protestas que no respetan ni la etapa de vacaciones, pasaron a un segundo plano detrás del estado de salud de la primera dignataria de la Argentina. Todo mientras la inflación que avanza consumiendo los salarios de la misma forma que las llamas se consumen lo más bello de la Patagonia chilena y la poca popularidad que le queda a Sebastián Piñera.
¿Un diagnóstico erróneo? ¿Una decisión apresurada de los médicos? ¿O un error que genera un marco de sospecha? Como esbozó el excandidato presidencial Hermes Binner. Eso estará en debate esta semana. Lo único cierto del devenir de los últimos 10 días de la presidenta Kirchner es que el aparato de marketing político funcionó a la perfección. Con la imagen de Evita, a la que el cáncer le devoró la vida en 1952 y la Virgen de Lujan, arrastrada hasta la puerta del hospital privado más lujoso del país. Escogido por sobre cualquier centro hospitalario del sistema público de salud, como el que allá a fines de 2003, había escogido Néstor Kirchner, el Argerich, muy cerca de la casa de Gobierno, para cualquier eventualidad. Y eso para no irnos a aquellos días fundacionales del peronismo donde todo, hasta la sala de cirugía donde operaron a Eva, era público.
Pero los tiempos son otros. Todo cambia y la presidenta ya dio sobradas señales de que este no es tiempo de sindicatos ni de gestas populares sino de ajustes. Cuidó esos detalles hasta en su internación.
Esta vez el gobierno no podrá culpar a los medios y a los periodistas por la marcha atrás en el diagnóstico. Todos informaron al pie de la letra. Los periodistas respetando la investidura presidencial hasta, incluso, en muchos casos hacer la vista gorda con la gritería de la militancia rentada cada vez que se daba a conocer un parte médico. Sin el más mínimo decoro por los enfermos, incluida la propia mandataria. Pero de todas formas los ataques a la prensa siguen a la orden del día como los improperios del empresario Sergio Spolzky, un hombre cercano al ex ministro radical Enrique “Coti” Nosiglia y dueño del multimedios oficialista, contra el periodista de Clarín, Alejandro Alfie. Un hecho que representa la cara más deplorable de la deteriorada convivencia democrática. Por suerte, el presidente en ejercicio, Amado Boudou, no se vio tentado de repetir su conducta de hace unos meses, cuando aún era ministro de Economía y se había tomado el tiempo de presionar a las autoridades del periódico La Nación para que dejen sin trabajo al periodista de la sección económica, Javier Blanco, por alguna noticia que el entonces Ministro no pudo (o no le dejaron) digerir.
La presidenta y sus allegados que lo vigilan y le desconfían a Bodou, tendrían, inclusive, la oportunidad de hacer un descargo diciendo que “Isidoro Cañones” (el personaje de comics con el que apodaron al vicepresidente) no es peronista sino neoliberal. Y es verdad, perseguir a periodistas, llamar a las redacciones pidiendo despidos (con un poco más de tino, eso si, que en estos tiempos), en este país era muy común también en los 90, cuando campeaba el neoliberalismo menemista. Con lo cual sería de esperar que el kirchnerismo se sincere de una vez y levante la bandera de. “Somos, en esencia, los que fuimos siempre”.
Pero Sudamérica es algo más que una tiroides y que la Argentina. Piñera, asfixiado por el humo de su gobierno, que incluso algunos chilenos osan calificar al jefe de Estado como portador de “yeta” (mala suerte), si se tiene en cuenta las desgracias que debió soportar su gestión desde el terremoto de 2009 hasta estos incendios en las Torres del Paine. Ollanta Humala, estuvo en Caracas firmando acuerdos con su camarada de armas, como para terminar de volver a ser aquel que fue antes de la segunda vuelta de las elecciones del 2011. Un nacionalista bien cercano a Hugo Chávez y Chávez, feliz con su regreso a los programas ómnibus de “¡Aló presidente!”, ahora que la salud le da tregua y la campaña hacia las presidenciales da su puntapié inicial.
Pero la semana de Chávez comenzó anoche con la llegada del líder iraní Mahmud Ahmadinejad, que alterará la agenda de buena parte de la región. Los efectos de esa llegada ya se hicieron sentir. La expulsión del cónsul venezolano en Miami, anunciada este fin de semana, aparece como una repercusión directa de la llegada del presidente iraní, que seguirá su periplo por Managua, La Habana y concluirá en Quito.
Ahí estará enfocada por estos días las brújulas críticas y políticas de Washington. Al derrotero de Ahmadinejad y, por extensión, a las acciones y declaraciones de sus amigos regionales.
Una semana cargada de hechos políticos, ya sea por las alianzas de algunos países en Medio Oriente o por la coyuntura y algunas explicaciones necesarias sobre lo que pasó en los análisis de los médicos de la viuda de Kirchner para que todo ocurriese como ocurrió y se terminará sacrificando una tiroides. Irremplazable. Porque habrá que convenir que cuando la presión social vaya en aumento, ya no habrá glándula que se sacrificar para diseñar una anestesia de esas que adormezca al Soberano cuando se lo vuelva a obligar a pagar lo que resta de la fiesta de los últimos años.